Al considerar que la finalidad de la
educación es lograr el desarrollo integral de las personas, estamos afirmando
que nuestra concepción del proceso educativo trasciende de la mera adquisición
de conocimientos y pretendemos que cada persona consiga, el desarrollo de sí
mismo, no solo culturalmente sino también atendiendo a su equilibrio emocional
y social, un desarrollo que implica, por parte de todos, un ejercicio de autocrítica
sincera.
La acción de educar no se ejerce
sólo en relación con el grupo de educadores, ni tiene lugar exclusivamente
dentro del centro educativo. La personalización de los procesos de enseñanza y
aprendizaje, la atención individualizada a las necesidades educativas de cada persona,
la preocupación por las circunstancias particulares, el apoyo y orientación
ante la toma de decisiones sobre el futuro, la conexión con la familia y con el
entorno productivo y cultural, y, en general, el trato particular que se
establece entre educador y el alumno contribuyen sobremanera a que las experiencias
escolares y extraescolares puedan ser integradas progresivamente,
convirtiéndose en elementos de referencia de proyectos de vida cada vez más autónomos.